viernes, 9 de diciembre de 2011

Relato... Yo lo llamo realidad.

Qué increíble lo bien que se siente abrir el Word de nuevo y ponerse a escribir. Tal vez no me crean, pero tenía muchas ganas de volver con alguna entrada fantástica que los deleitara. Pero no vengo a lucirme, ni a escribir cosas filosóficas (Tal vez sí). Quisiera hablar de un par de casos, todos relacionados con la muerte, los valores y la decencia, que se han dado aquí en mi país.
Antes que nada, advierto que el título puede no tener mucho sentido con lo que van a leer, pero me gusta y me parece que le queda bien.
Hace unos días en el estado Portuguesa, Venezuela, salió a la luz un caso de violencia infantil con un pequeño de cinco años. Lo torturaron y abusaron de él sexualmente durante bastante tiempo, sin que ningún familiar se enterara. Actualmente los implicados están siendo juzgados, entre ellos está la madre, dos mujeres y un hombre. Sé que leer esto es desagradable y no quiero tocar las fibras sensibles de nadie, pero me gustaría partir desde acá, aunque muchos no entenderán porqué.
El día de mi cumpleaños, el tres de diciembre, se presentó un accidente de tránsito que conllevó a la muerte de un muchacho de la televisión y la hospitalización de otro. Eran compañeros en un programa. Iban por la carretera cuando el auto se volcó (No me pregunten detalles, no me atreví a leer nada concreto). Centenares de personas les pasaron por al lado, tomando fotografías... y ninguno se detuvo a ayudar.
Finalmente contaré la historia de una muchacha de nacionalidad desconocida que salió de casa para asistir a una fiesta y no regresó viva. Cito textualmente al reportero que tomó su declaración:
“Fui a la fiesta y me acordé de lo que me dijiste. Me pediste que no bebiera alcohol. Por eso bebí una Sprite. Sentí orgullo de mi misma, tal como me dijiste que sentiría. Me dijiste que no debería beber y conducir, al contrario de lo que algunos amigos me dijeron. Hice una elección saludable y tu consejo fue correcto, como todos los que me das siempre. Cuando la fiesta finalmente acabó, la gente empezó a conducir sin estar en condiciones de hacerlo. Fui hasta mi auto con la certeza de que volvería a casa en paz. Nunca me imaginé lo que me esperaba, mamá.
Ahora estoy tirada en la calle y oigo a un policía decir ‘El chico que provocó el accidente iba borracho’. Mamá, su voz parece tan distante. Mi sangre está derramada por todos lados y estoy intentado con todas mis fuerzas no llorar. Puedo oír a los médicos decir: ‘Esta chica va a morir’. Tengo la certeza de que el joven, que manejaba a toda velocidad, debió bebé y conducir. Y ahora tengo que morir. ¿Por qué las personas hacen esto, mamá? Sabiendo que van a arruinar muchas vidas. El dolor me está cortando como un centenar de cuchillos afilados. Dile a mi hermana que no llore; dile a papá que sea fuerte. Y, cuando vaya al cielo, estaré velando por todos ustedes. Alguien debería enseñarle a aquel chico que está mal beber y conducir. Tal vez si sus padres se lo hubieran dicho yo ahora no estaría muriendo. Mi respiración se está debilitando, cada vez mas. Mamá, estos son mis últimos momentos y me siento tan desesperada.
Me gustaría que pudieras abrazarme, mamá, mientras estoy aquí tirada. Me gustaría poder decirte lo mucho que te quiero. Por eso…Te quiero. Adiós.”
No puedo afirmar que esto sea cierto o desmentirlo. Aparentemente un hombre que presenció el accidente escuchó a la muchacha susurrar estas palabras minutos antes de fallecer y decidió anotarlas. Pero no voy a discutir sobre la veracidad de estas, ni las posibilidades que hay en que alguien moribundo sea capaz de decirlas. Razonemos un poquito.
Primero que nada, con esto nos damos cuenta de que todos los días pasa algo importante en la vida de otro, independientemente de si es malo o bueno, que nos es indiferente. A cualquier minuto del día hay una persona que nace, una que corre, una que estudia, una que juega, una que ríe. Por cada minuto del día hay personas que son violadas, asesinadas, ultrajadas. Hay personas que mueren. Suceden catástrofes y milagros.
Siempre buscamos satisfacer nuestras necesidades, superarnos, encontrar otras metas o deseos. Mientras que unos luchan, otros se rinden. Mientras unos ríen, otros lloran. Mientras unos nacen, otros mueren. Mientras nosotros vivimos creyendo ser infelices, hay otros que la pasan aún peor. Vivimos basando nuestras experiencias en el pasado, enlazándolas con el presente con miedo de construir un futuro.
Si nos fijamos en los relatos nos conseguimos con problemas que, aunque consideramos escalofriantes y tristes, ocurren casi a diario. Y no ocurren simplemente para cubrir las portadas de los periódicos. Niños que son sometidos por desquiciados, incidentes en las vías, personas inmorales. Pero lo más importante: ¿Cómo es posible que los errores de aquellos inhumanos e ignorantes pueden afectar la vida del inocente y prudente? Es asombroso como un miserable detalle puede cambiarlo todo.
Y es que, vamos, ¿Por qué nuestra vida debe depender de los demás? ¿Quién otorga este derecho? En el mundo han existido tiranos, dictadores, gobernantes y líderes que con su carisma han logrado imponerse ante la sociedad y fomentar el poco respeto que existe hoy en día hacia la vida humana. Nombrar alguno acarrearía discusiones innecesarias, por lo que no me molestaré en hacerlo. Mi punto no es ese.
Cada ser humano tiene derecho a trazar su camino y a recorrerlo como le plazca. Tiene la opción de elegir, de manipular su entorno como mejor le parezca para conseguir aquello que desea. Considero desalmado y desconsiderado que otro opten por jugar un papel importante sin autorización. Vuelvo y repito, ¿Quién tiene la autoridad suficiente como para declararse personaje de una obra anteriormente escrita? ¿Quién es aquel que reparte las velas del entierro? ¿Por qué hay quienes se creen inmunes a los deseos ajenos?
Lo más preocupante de todo el asunto no es el final de las historias, sino cómo actúan los que intervienen en ella. Si ser “humano” significa poseer un cuerpo, una mente y un alma… ¿Cómo es posible que la mayoría simplemente se sienta feliz alimentando una de estas partes? ¿Qué determina la capacidad que cada uno de nosotros tiene de sentirse contento con lo que hace a diario? ¿Cuántos se atreven a tender una mano a quien más lo necesita? ¿Cuántos se atreven a dejar el egoísmo atrás?
Podrá sonar algo deprimente que lo diga, pero en mi cabeza hay dos palabras que nos definen como personas: egoísmo y compasión. No creo en eso de que en el mundo hay personas desinteresadas, porque realmente en el fondo todos ansiamos la felicidad, una felicidad que suele construirse sobre la tristeza de los demás. La corrupción, la avaricia y el orgullo son aptitudes que florecen cual flor en primavera en nuestros corazones.
No obstante, pienso que como seres imperfectos esa parte oscura que habita en nuestro interior se contrarresta con la cabida que tenemos para el perdón, la consideración y el amor. Sonará complicado, retorcido, contradictorio e, inclus,o ilógico… pero no puedo encontrar otra explicación para lo que me rodea. Es lo que veo en los ojos de la gente. Lo que leo en los diarios, lo que escucho en la radio, lo que captan mis sentidos. Lo que me han enseñado, lo que practico.
No creo poder cambiar el mundo, ni darle una lección de vida a nadie. Tampoco quiero que piensen que soy una pesimista sin remedio, que me encanta señalar los defectos de la humanidad y se divierte con la vida de otros a la par que habla sobre sus desgracias. Pero considero que escribiendo esto, transmitiéndoles tres historias que demuestran lo injusta e irreversible que es la vida, estoy poniendo mi granito de arena para sembrar algo de consciencia en las cabezas de aquellos que, por casualidad, terminaron leyéndome.
Entendamos que experiencias como esta no solo traen dolor y pena, sino enseñanzas vitales como los de la reflexión y la recapacitación. Detrás de toda amargura, siempre habrá un rayito de esperanza.

jueves, 20 de octubre de 2011

De porcentajes y estadísticas.

Sé que no ha pasado mucho tiempo desde la última entrada, la cual es solo una formal presentación. Para no ser maleducada. Por ello, vengo con los temas serios. Permanecí toda la madrugada despierta leyendo y ahora me encuentro aquí sentada frente a mi computadora con varias preguntas taladrándome en la cabeza: Todas ellas en torno a la vida de Eva Edkall.
Muchos preguntarán, ¿Quién diantres es esa? Otros, muy pocos seguramente, sabrán con certeza a quién me refiero. Para aquellos que no la conocen, es la Miss Venezuela del milenio. Una mujer optimista, trabajadora, sincera, bella e inteligente. Tiene operada la nariz y las orejas, es excesivamente alta, ama a su hija Miranda y… Oh, ¿Mencioné que padeció de cáncer de seno? ¿No? Pues ya lo saben. Es una más en las estadísticas.
Aquellos que han tenido la oportunidad de leer su libro, “Fuera de foco”, entenderán por qué me refiero a ella con una familiaridad a la que no se me ha autorizado. A pocas horas de ser una de esas privilegiadas que se vio cautivada por la peculiar portada del libro y se dedicó un par de horas a leerlo quise escribir un poco acerca del centenar de preguntas que se instalaron en mi cabeza: ¿Qué es ser alguien más en las estadísticas?
Toda persona, sea niño, adolescente, adulto o anciano, es parte de interminables porcentajes: Tasas de mortalidad y natalidad, personas que habitan en un espacio determinado, personas que estudian una determinada carrera, personas que poseen notas altas, personas que poseen notas bajas… Incluso existen algunos que indican que XX cantidad de están viendo un programa de TV o compran una marca específica de harina.
Sin embargo, ¿Sabemos realmente lo que es pertenecer a una estadística? Y no me refiero a cuanta gente puede dar el significado correcto de la palabra (Vamos, tengo dieciséis años. No podría explicar a que se refiere el término, ni siquiera entenderlo) sino tener un poquito de consciencia. ¿Cuántos de nosotros podría valorar el hecho de que pertenecer a un porcentaje de personas que posee un vivienda fija si nadie piensa en el porcentaje de personas que son obligadas (por necesidad, más que otra cosa) a vivir en la calle?
Mi punto: ¿Valoramos si quiera el hecho de ser parte del gremio que aún respira mientras otro tanto de personas se encuentra en la morgue o cuatro metros bajo tierra?
La vida es un derecho que se nos da. Es simple como eso, No tiene razones. Todos estamos aquí porque el ciclo de la vida debe continuar, porque la especie debe prevalecer ya sea porque nuestros padres cometieron un error, no usaron protecciones o decidieron formar una familia.
Todos tenemos un camino que seguir, uno que se volverá sinuoso y tortuoso o pacífico y sereno dependiendo de las decisiones que tomemos, de lo que digamos y sobre todo de lo que hagamos. No obstante, muchas veces el destino (fuerza que rige al universo, Dios, Merlín o como deseen llamarle) nos marca un sendero que presenta tantas irregularidades que nos hace tambalearnos y caer. Esto hace que nos cuestionemos como personas, que dudemos de nuestras capacidades, que nos rindamos fácilmente.
¿Qué porcentaje es capaz de atarse los cordones nuevamente y levantarse para continuar el recorrido?
Eva me ha hecho pensar en todo esto. Si, ella fue Miss. Locutora, reportera y presentadora del noticiero. Una más de la farándula venezolana. Pero sobre todo fue, es y será una mujer que por una equivocación tuvo que afrontar momentos difíciles y dolorosos. Una mujer que no perdió el tiempo en lamentarse y cuestionarse “¿Por qué a mí?”, una mujer que afrontó la realidad y prestó su otra mejilla cuando esta la abofeteó con un cáncer.
Como bien describe en su texto: El cáncer le devolvió las ganas de vivir. Reaccionó y se dio cuenta de que a pesar de ser feliz, estaba cometiendo el mismo error de muchos: Vivir por vivir. Respirar por respirar, ser feliz con lo que se tiene, no luchar por más. Ella es la clara muestra de que vale la pena intentarlo.
Generalmente la gente no toma muy en cuenta pensamientos como estos y se limita a mantener la rutina para no sentirse fuera de base. Porque seamos sinceros, la pereza y la cotidianidad resultan demasiado tentadoras como para evadirlas. Pero hay casos, contados con los dedos de las dos manos, de personas que tienen que armarse de valor para lanzarse a un ring de boxeo, para dar batallas e intentar ganarlas.
¿Les cuento un secreto? Estos casos, no todos pero si gran mayoría, son de personas con experiencias cercanas a la muerte. Y es natural. Nada mejor que estar a escasos centímetros del más allá para sentirse totalmente consciente de que la sangre corre por las venas para bombear un órgano compuesto por células, que a su vez son parte de un sistema.
Una vez alguien me dijo que si las cosas van bien no hay por qué cambiarlas. Yo respondí que las cosas no se cambian, se mejoran. Porque la vida no dejará de ser cruel y dura, no dejará de mostrarse cruda. Siempre tratará de que nosotros mismos escapemos de las trampas que coloca en nuestro camino, tratará de convertirnos en personas mejores.
¿Prueba de ello?
Bien sean las personas con cáncer, las personas en coma. Me atrevería a decir, sin temor a equivocarme, que los discapacitados, los que padecen deficiencias, los filósofos y los grandes personajes de la historia también entrarían en este pequeño grupo. Ellos son (y fueron) aquellos que lograron ver la vida correctamente, ni rosa ni gris, sino en matices de millones de colores posibles.
¿Qué porcentaje de personas normales, sanas y cuerdas son capaces de hacerlo también?

Un poquito sobre mi.

Empiezo este blog debido a circunstancias no muy bien definidas. Quizás sea las ganas que tengo de compartir un poquito de mis pensamientos con el mundo, quizá solo sean ganas de escribir. Empezaré por presentarme.

Mi nombre… dejémoslo en Fanny. Así me gusta que me llamen. Tengo dieciséis años (o al menos los cumpliré dentro de poco), son una morena de aspecto menudo. Bastante sencilla. Vivo sin complicaciones, pienso demasiado y suelo ser sensible en exceso.

Me gusta leer de todo un poco no escucho música de un género en particular y etc, etc, etc. El blog fue creado con el objetivo de dar mi punto de vista sobre diversos temas que me llaman la atención y puede que a alguien también lo atrape. ¿Qué puedo decir? Adoro debatir y con una bitácora se logran muchas cosas. Le llamé el rincón de Fanny (Fanny’s Corner) porque suena cálido, como esos lugares a donde vas y te sientas a beber chocolate caliente para luego hablar con el primero que se te pare enfrente sin sentirte extraño.

Sin más, espero que mis ideas (Algunas un tanto inmaduras, disculpen) den de que hablar o pensar. O si no, sirvan para entretenerlos un rato.
Saludos,

Fanny.